El 28 de junio en el Aula Magna del Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba, el Taller de Narración Oral y Escénica, junto con el Taller de Canto (ambos integrantes del Programa "Abracadabra Creatividad", realizaron n emotivo encuentro de narradores, poetas y cantantes. Agradezco la deferencia de haberme invitado.
Participé recitando "El Negro Falucho". "El hombre (filosófico sentido genérico) en su sustancia de "animal simbólico" ha llenado la historia de esas "imágenes investidas con el poder intrínseco de conectar lo visible y lo invisible": símbolos.
En momentos históricos de recuperación de símbolos que habían sido vaciados de su genuina representación de pueblos, va este "Negro Falucho". En el libro "Poesías" de Rafael Obligado hay una llamada al pie del poema "El Negro Falucho" que se refiere al suceso histórico en el que Falucho había sido protagonista: "Mitre parece haber sido el creador del discutido mito del Negro Falucho. En su "Historia de San Martín y la emancipación sudamericna" habla de "Falucho y el sorteo de Matucana" y como subtítulo "La sublevación del Callao". Cuenta que en la noche del 6 de febrero de 1824 "hallábase de centinela en el torreón del Real Felipe, un soldado negro del regimiento del Río de la Plata, conocido en el Ejército de Los Andes con el nombre de Falucho". Y a continuación narra el episodio que Rafael Obligado poetizó".
Exaltación de los héroes de nuestra Primera Independencia.
Yo tenía previsto, como segunda intervención, la lectura del cuento "El Juego" del libro de próxima aparición "Los Imponderables I" del cual soy autora.
El
juego
El
único culpable soy yo. Es inútil seguir castigando al inocente.
Todo
el esfuerzo para el que se tensó mi cuerpo fue el de gritar,
mientras cobraba conciencia de que ya mi padre acomodaba el banquito.
Yo,
yo, yo fui, pero en mi pecho seguía guardado el llanto. La
conciencia gritaba, pero me salía una vocecita que no pasaba ni un
paso desde mi garganta y pretendía atravesar el patio hacia mi
padre, sordo de ira por lo que había ocurrido; y la bronca de él
era la de todo policía que se precie de tal, ante el delito.
Yo
tenía 12 años y mi hermana 6.
Miguel
tenía 10 y era el inocente acusado.
Mi
padre seimpre acusa a Miguel de todo; es por la duda que le quedó
cuando mamá se fue con “el Otro” y solamente intentó llevarse a
Miguel, así es como yo me salvaba de cualquier reprimenda, con esa
impunidad regalada, y mi vida, por ende, se deslizaba sin menores
apremios, en esa verdadera escuela para “hacerse hombres y no unos
mariquitas”: tal era nuestra casa, bajo los mandamientos de mi
padre, lo que agradeceríamos, nos decía, cuando llegáramos a la
Repartición a seguir su destino. Mientras esto decía, acariciaba su
pistola reglamentaria y nosotros, no sé por qué mágica imitación,
nos tocábamos nuestras braguetas.
El
día que nos instruyó con “el ahorcado” yo tuve miedo y también
entonces se me hizo este remedo de voz, como ahora, que más se
parece a un maullido que a un intento de confesión.
Atábamos
la soga, igual que lo está haciendo ahora mi padre, de una rama del
paraíso del patio, y uno por vez, en riguroso turno, poníamos
nuestro cuello en el hueco que formaba un lazo por el que
transcurría, fácil, nuestra cabeza; luego debíamos subir a un
banquito (esos de asiento redondo, sin respaldo, traído de la
Repartición), despintado pero sólido y él cerraba el nudo
deslizando una de las mitades de la soga y apretaba hasta que los
ojos, queriendo salirse de las órbitas, le decían que la
respiración ya no pasaba más; entonces aflojaba con una sonrisa. Yo
sentía el gesto magnánimo, la extrema generosidad de mi padre al
devolverme a la vida. Mi agradecimiento no tenía límites.
Cuando
le tocaba a Miguel era distinto. Mi padre decía que Miguel
necesitaba mano más fuerte porque era de sangre dudosa. En una
oportunidad tuvo que llamar al servicio médico de la Reparición,
porque no reaccionaba. El miedo me ha hecho olvidar cualquier otro
dato de este hecho.
Mi
padre ya ha terminado todos los preparativos para “el ahorcado” y
está silencioso mirando fijo la soga. Mi desesperación me llevó a
un nuevo intento por decir que yo, yo soy el único culpable y no
Miguel, al que había encerrado en la pieza, con llave para que se
prepare. Pero no sólo no emitía palabras, sino que únicamente
emitía un ronquido sin signos: parecía que definitivamente me había
llegado la mudez.
En
las enseñanzas de mi padre estaba eternamente presente la palabra
muerte: para un policía que lucha de frente contra el delito, la
muerte es una novia querida a la que hay que aprender a amar desde
pequeño.
Sería
porque era mujer que a mi hermana de 6 años no la obligaba al
aprendizaje del noviazgo con la muerte. Ella sólo presenciaba; a
veces se reía y se jactaba de su privilegio; hasta se burlaba de mi
miedo...
Mi
padre ha comenzado a caminar hacia la pieza cerrada con llave donde
está mi hermano.
Fui
yo quien esta mañana inventó que jugáramos “al ahorcado” sin
papá y Miguel se prestó al juego.
Cuando
pusimos la cabecita de mi hermana tuvimos que achicar el lazo, y
cuando Miguel ajustó y empezaron como a salírsele los ojos, se
apresuró para aflojar; pero yo, como si alguien me lo estuviera
mandando, pateé el banquito y mi hermana será enterrada, por
decisión de mi padre, conjuntamente con Miguel, que morirá ahora;
en juicio sumarísimo mi padre lo ha declarado culpable.
Yo sé que Miguel quería empezar a aflojar para devolverla a la vida
con el mismo ánimo generoso con que lo hacía mi padre. Para Miguel
era apenas un juego, un acercamiento al vértigo del beso de nuestra
futura pálida novia.
Veo
desde aquí que ya está listo Miguel, subiendo al banquito con la
soga al cuello.
Altar
de sacrificios extraño que tendrá dos corderos en el mismo día.
Intento
decir que yo, nada más que yo, mas apenas me salen unas señas de
mudo.
Únicamente
se oye el ruido sordo y categórico del banquito que cae volteado por
el contundente borceguí de mi padre.
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