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domingo, 7 de julio de 2013

ENCUENTRO DE POETAS, NARRADORES Y CANTANTES

El 28 de junio en el Aula Magna del Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba, el Taller de Narración Oral y Escénica, junto con el Taller de Canto (ambos integrantes del Programa "Abracadabra Creatividad", realizaron n emotivo encuentro de narradores, poetas y cantantes. Agradezco la deferencia de haberme invitado.
Participé recitando "El Negro Falucho". "El hombre (filosófico sentido genérico) en su sustancia de "animal simbólico" ha llenado la historia de esas "imágenes investidas con el poder intrínseco de conectar lo visible y lo invisible": símbolos.
En momentos históricos de recuperación de símbolos que habían sido vaciados de su genuina representación de pueblos, va este "Negro Falucho". En el libro "Poesías" de Rafael Obligado hay una llamada al pie del poema "El Negro Falucho" que se refiere al suceso histórico en el que Falucho había sido protagonista: "Mitre parece haber sido el creador del discutido mito del Negro Falucho. En su "Historia de San Martín y la emancipación sudamericna" habla de "Falucho y el sorteo de Matucana" y como subtítulo "La sublevación del Callao". Cuenta que en la noche del 6 de febrero de 1824 "hallábase de centinela en el torreón del Real Felipe, un soldado negro del regimiento del Río de la Plata, conocido en el Ejército de Los Andes con el nombre de Falucho". Y a continuación narra el episodio que Rafael Obligado poetizó".
Exaltación de los héroes de nuestra Primera Independencia.

Yo tenía previsto, como segunda intervención, la lectura del cuento "El Juego" del libro de próxima aparición "Los Imponderables I" del cual soy autora.

El juego

El único culpable soy yo. Es inútil seguir castigando al inocente.
Todo el esfuerzo para el que se tensó mi cuerpo fue el de gritar, mientras cobraba conciencia de que ya mi padre acomodaba el banquito.
Yo, yo, yo fui, pero en mi pecho seguía guardado el llanto. La conciencia gritaba, pero me salía una vocecita que no pasaba ni un paso desde mi garganta y pretendía atravesar el patio hacia mi padre, sordo de ira por lo que había ocurrido; y la bronca de él era la de todo policía que se precie de tal, ante el delito.
Yo tenía 12 años y mi hermana 6.
Miguel tenía 10 y era el inocente acusado.
Mi padre seimpre acusa a Miguel de todo; es por la duda que le quedó cuando mamá se fue con “el Otro” y solamente intentó llevarse a Miguel, así es como yo me salvaba de cualquier reprimenda, con esa impunidad regalada, y mi vida, por ende, se deslizaba sin menores apremios, en esa verdadera escuela para “hacerse hombres y no unos mariquitas”: tal era nuestra casa, bajo los mandamientos de mi padre, lo que agradeceríamos, nos decía, cuando llegáramos a la Repartición a seguir su destino. Mientras esto decía, acariciaba su pistola reglamentaria y nosotros, no sé por qué mágica imitación, nos tocábamos nuestras braguetas.
El día que nos instruyó con “el ahorcado” yo tuve miedo y también entonces se me hizo este remedo de voz, como ahora, que más se parece a un maullido que a un intento de confesión.
Atábamos la soga, igual que lo está haciendo ahora mi padre, de una rama del paraíso del patio, y uno por vez, en riguroso turno, poníamos nuestro cuello en el hueco que formaba un lazo por el que transcurría, fácil, nuestra cabeza; luego debíamos subir a un banquito (esos de asiento redondo, sin respaldo, traído de la Repartición), despintado pero sólido y él cerraba el nudo deslizando una de las mitades de la soga y apretaba hasta que los ojos, queriendo salirse de las órbitas, le decían que la respiración ya no pasaba más; entonces aflojaba con una sonrisa. Yo sentía el gesto magnánimo, la extrema generosidad de mi padre al devolverme a la vida. Mi agradecimiento no tenía límites.
Cuando le tocaba a Miguel era distinto. Mi padre decía que Miguel necesitaba mano más fuerte porque era de sangre dudosa. En una oportunidad tuvo que llamar al servicio médico de la Reparición, porque no reaccionaba. El miedo me ha hecho olvidar cualquier otro dato de este hecho.
Mi padre ya ha terminado todos los preparativos para “el ahorcado” y está silencioso mirando fijo la soga. Mi desesperación me llevó a un nuevo intento por decir que yo, yo soy el único culpable y no Miguel, al que había encerrado en la pieza, con llave para que se prepare. Pero no sólo no emitía palabras, sino que únicamente emitía un ronquido sin signos: parecía que definitivamente me había llegado la mudez.
En las enseñanzas de mi padre estaba eternamente presente la palabra muerte: para un policía que lucha de frente contra el delito, la muerte es una novia querida a la que hay que aprender a amar desde pequeño.
Sería porque era mujer que a mi hermana de 6 años no la obligaba al aprendizaje del noviazgo con la muerte. Ella sólo presenciaba; a veces se reía y se jactaba de su privilegio; hasta se burlaba de mi miedo...
Mi padre ha comenzado a caminar hacia la pieza cerrada con llave donde está mi hermano.
Fui yo quien esta mañana inventó que jugáramos “al ahorcado” sin papá y Miguel se prestó al juego.
Cuando pusimos la cabecita de mi hermana tuvimos que achicar el lazo, y cuando Miguel ajustó y empezaron como a salírsele los ojos, se apresuró para aflojar; pero yo, como si alguien me lo estuviera mandando, pateé el banquito y mi hermana será enterrada, por decisión de mi padre, conjuntamente con Miguel, que morirá ahora; en juicio sumarísimo mi padre lo ha declarado culpable.
Yo sé que Miguel quería empezar a aflojar para devolverla a la vida con el mismo ánimo generoso con que lo hacía mi padre. Para Miguel era apenas un juego, un acercamiento al vértigo del beso de nuestra futura pálida novia.
Veo desde aquí que ya está listo Miguel, subiendo al banquito con la soga al cuello.
Altar de sacrificios extraño que tendrá dos corderos en el mismo día.
Intento decir que yo, nada más que yo, mas apenas me salen unas señas de mudo.

Únicamente se oye el ruido sordo y categórico del banquito que cae volteado por el contundente borceguí de mi padre.

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